Corría el año 2015 y yo peleaba contra los pulgones y otros bichos que invadían la albahaca de mi huerto. Vinagre con café y ceniza mezclada con agua eran algunas de las técnicas que me habían enseñado para no tener que recurrir a los químicos.
José, un tipo alto y flaco que trabajaba en Anasac, me ayudaba observando con su microscopio las hojas que yo le llevaba.
-Chinitas -me decía. Son la mejor solución. Una sola es capaz de comer 1.000 pulgones.
Yo no sabía cómo hacer para que decidieran instalarse a vivir a mi jardín. Planté caléndulas y lavandas, que según dicen son algunas de sus flores favoritas. Planté ortiga. Y cuando veía una chinita en otra casa, la llevaba a mi jardín jurando que iba a quedarse.
Averigüé sobre empresas que cultivan chinitas, pero -naturalmente- ninguna quería negociar conmigo y mi huerto de 4 metros cuadrados.
Aplicaba las técnicas de siempre y algunos productos orgánicos, pero nada estaba dando resultado. En medio de la batalla, aparecieron unos bichos nuevos, amarillos. Llevé una foto a José para que me explicara de qué se trataba y cómo combatirlo.
- Cycloneda -me dijo-. ¡Huevos de chinita!
Yo no podía más de la emoción.
Cuidé como hueso santo la planta y empecé a buscar a ver si encontraba más huevos, o alguna larva que ya se hubiera aventurado a salir al mundo. Pero sólo me encontré con más bichos. Y me di cuenta, en la búsqueda, que la enredadera de maracuyá -mi regalona-, estaba empezando a poblarse de hormigas. Las hormigas son un signo inequívoco de pulgones porque se alimentan de una sustancia dulce y pegajosa que ellos liberan.
Ya era como mucho. Me acordé de un químico que me había dado José en caso extremo y lo apliqué, tal como él me había sugerido, en una de las matas de albahaca que era la que más tenía pulgones y estaba contagiando al resto. La tierra se llenó de cientos de bichos que al fin habían abandonado la planta; y yo me alivié tanto con el resultado que probé también con la albahaca de al lado.
Cuando fui a revisarla para ver si estaba limpia, me encontré con una imagen que no había visto y hasta el día de hoy me pone triste. Los pulgones se habían ido, pero había otra cosa además: unos bichos que parecían gusanos, con blanco y amarillo. Luego de corroborar con una foto, comprobé que eran larvas de chinita y se habían secado con el químico.
Los huevos que había visto en la otra mata nunca se abrieron. Y sé que era una planta no más, pero lloré con pena ese día. Porque me había traicionado a mí misma.
A los 15 años empecé a tomar remedios y me dijeron que debía tomarlos de por vida. Por estar triste, por estar demasiado feliz, por tener poca energía o por tener mucha. Fui diagnosticada con Trastorno Bipolar. Y no creo que el diagnóstico haya estado errado, pero sí que la psiquiatría tiende a patologizar algunos procesos emocionales que en realidad son naturales y todos tenemos. Eso, naturalmente, lo aprendí de a poco.
De a poco fui entendiendo que es natural que las emociones se manifiesten. Que de alguna forma nos guían y -si sabemos escucharlas con templanza- nos llevan progresivamente a transformarnos en las personas que realmente somos.
Que si bien tener ganas de ordenar la casa, o aumentar la “conexión mística” pueden considerarse como síntomas de una enfermedad, pueden ser también manifestaciones naturales de nuestro interior que está tratando de expresarse y avanzar hacia donde se necesita hacerlo.
Entendí, también, que nuestras mayores fortalezas nacen cuando somos capaces de asumir y mirar con cariño nuestras imperfecciones y por eso es necesario aceptar algunos pulgones si queremos que las chinitas crezcan. Y da miedo dejar a los pulgones sueltos, pero la humildad y el coraje hacen que los miedos de a poco vayan dejando paralizarnos tanto.
Para mí lo más difícil era el insomnio, pero fui adquiriendo -de a poco- diversas herramientas que me ayudaron a manejarlo. Aprendí a escucharme a través de la escritura y respirar con calma para darle a entender a mi cuerpo que sí podía descansar cuando estaba muy acelerada. Conocí las Flores de Bach, aprendí hacer yoga y a conocerme muy bien para saber cómo canalizar mis emociones. En eso último, las cartas del tarot me ayudaron mucho.
Hace 6 años decidí dejar de tomar remedios. Lo hice en forma progresiva y con la guía de mi psiquiatra que se mostró en un principio algo reticente, pero supo entenderme después de algunos años. No creo que los remedios sean malos en sí y me cargaría que alguien que sí los tome o aconseje tomar remedios se sienta juzgado a través de este artículo. Yo tomé remedios por mucho tiempo y volvería a tomarlos si siento desde el fondo de mi corazón que es necesario. Sé que me protegieron en momentos en que lo necesitaba, pero estoy segura, también, que -en otros momentos- me impidieron hacerme cargo de mis emociones y realizar los cambios que necesitaba hacer para estar a gusto conmigo misma y mis elecciones.
Sé, de todas formas, que las cosas no son sólo blancas o negras. Mi invitación hoy día va más allá de los remedios y tiene que ver con mirar a las emociones y los “síntomas” con un poco más apertura.
Para mí, ahora, las emociones son un regalo. Sé que la pena nos invita a luchar por conectarnos con eso que nos está haciendo falta. Que la rabia protege lo que es nuestro y que los desvelos nos dicen que hay algo pendiente y de lo que no nos estamos haciendo cargo durante el día. Las emociones se expresan de diferentes formas cuando no nos hacemos cargo de ellas. A través de dolores de cabeza, de colon irritable, de insomnio o de una crisis de pánico.
Existen herramientas que nos permiten entender y hacernos cargo de qué es lo que nos está pasando y me encantaría poder ayudar a que otras personas se encuentren con ellas. Creo que por eso me animé a contarles todo esto y aquí, en el inicio de esta página, comparto algunas herramientas que a mí me han hecho sentido.
Pero herramientas hay miles; somos todos diferentes y a cada persona le acomoda una distinta. Lo importante y lo que me gustaría transmitir es que existen. Y que muchas veces están a la vuelta de la esquina, o en el propio jardín. Sólo nos falta abrir los ojos para encontrarnos con ellas.
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Fotografía de Alejandro Santillana
Si crees que a alguien podría ayudarle leer este relato, me encantaría que se lo compartas.
Qué generosa de compartir esta experiencia! Te encuentro una seca!
Pucha que es difícil bailar con el lobo, escucharse y aceptarse. Pero pucha que es lindo y armónico, a la vez, cuando ya se le sigue el ritmo!
Me hizo mucho sentido todo lo que escribiste Pepa :) gracias!