Los personajes que aparecen en mis biografías vienen siempre a enseñarme lo que necesito aprender.
“Mi Tata es como un brote de remolacha, porque está siempre creando”, me dijo uno de los nietos de este hombre bueno, sobre el cual estuve escuchando y escribiendo durante estos últimos cinco meses.
Y está siempre creando, es cierto. Está siempre creando porque tiene una intención genuina de que las personas y cosas que lo rodean, estén mejor de lo que están.
De que las zanahorias y las papas crezcan, de que los jardines y los edificios se vean bonitos. De que el roble caído se convierta en una obra de arte; y ese basural, en un paraíso de cisnes, patos y garzas silvestres. Que sus nietos se conviertan en niños felices. Que sus hijas se sientan seguras y acompañadas.
Cosas que todos queremos, dirían algunos. Pero, ¿cómo alcanzarlas? ¿Dónde está la fuente de poder, la clave del éxito, la receta de la felicidad? En el esfuerzo, sin duda, dirían algunos. En la educación y la primera infancia, dirían otros. En el cariño que recibes de las personas que te rodean. Todos, sin duda, elementos importantísimos.
Pero este hombre bueno me enseñó que hay algo más importante y que se hace imprescindible cuando queremos ir más allá de nuestros propios límites:
La humildad.
La humildad nos permite aprender en cada uno de los momentos de nuestra historia, porque nos hace ser conscientes de que el que está al lado tiene algo valioso para enseñarnos. Nos permite hacer equipo con los que nos rodean. Sacar lo mejor del que está al lado y aprender de la experiencia.
La humildad nos entrega coraje. Nos permite, en momentos difíciles, pararnos con orgullo a realizar un trabajo que quizás no es el que nos va a dar aplausos de todos. Nos ayuda a ser perseverantes y no escondernos en momentos de fracaso, porque sabemos que la única forma de salir de un hoyo es aceptando con serenidad la carencia.
La humildad nos permite ir más allá de nuestros propios límites. Derribar las estructuras que nos estancan y ser consecuentes con la sabiduría que habita en nuestro interior.
La humildad nos lleva a buscar soluciones simples y no rebuscadas frente a los obstáculos. Cuando no queremos impresionar a nadie, lo más simple aparece como una de las alternativas más sensatas.
“Un brote de remolacha”
Su nieto podría haber escogido, quizás, un árbol más imponente para describir a este abuelo al que todos admiran, pero eligió un brote de remolacha.
Yo, personalmente, agradezco infinitamente haber tenido la oportunidad de aprender tanto de este brote de remolacha del que tanto me hablaron nietos, hijas, señora y amigos durante estos últimos cinco meses. Agradezco la posibilidad de dedicarme a hacer este trabajo que me llena el alma, porque —de alguna u otra forma— , los personajes que aparecen en estas lindas historias vienen a enseñarme siempre lo que necesito aprender.
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