Soltar un miedo es como dejar de usar una muleta que has usado para caminar desde los cinco años.
A estas alturas, los recursos para caminar los tenemos hace rato. No necesitamos ese apoyo, pero es muy probable que -si la soltamos-nuestros primeros pasos sean un poco atolondrados.
Los miedos nos protegen, nos alejan de aquellas personas o cosas que ponen en peligro nuestra integridad. Es bueno, a veces, protegerse. Pero el tiempo pasa, y nos hacemos más fuertes. Hace falta, entonces, una actualización en nuestro sistema operativo. Que alguien diga:
-Oye, esa muleta ya no es necesaria.
Pero nuestro mundo interno es complejo y podemos encontrar ahí tipos de todos los bandos. En esos momentos en que estamos a punto de atrevernos a pisar un lugar desconocido, el sector conservador se pone más extremo que nunca y empieza a criticar todo. No podemos dormir y empezamos a buscar todo tipo de excusas para hacer que la confianza decaiga.
Buscamos, naturalmente, esa misma severidad en los jueces de afuera: las personas que nos rodean a las que tachamos de críticos. Nos olvidamos de que "Como es adentro, es afuera".
Y que todas esas críticas y calumnias que tan crueles nos habían parecido son sólo un reflejo de nuestro interior.
Pareciera que está todo perdido, que no tenemos salida.
Pero la puerta está abierta.
Como decía el Quijote, “Si los perros ladran es porque estamos avanzando, Sancho”.
Basta con abrir los ojos para que todo empiece a verse más claro.
Y más calentito también, como el sol de la mañana. Ese que nos permite mirar la historia con cariño y agradecer a todos los personajes que aportaron de alguna forma con su granito de arena. Los miedos y los jueces estuvieron ahí para protegernos. Van a estar ahí siempre y lo mejor que podemos hacer es agradecer a la naturaleza por ser tan perfecta.
Todas las emociones están ahí por algo.
Si no me creen, acuérdense "Orestes y la maldición de la casa de Atreo", una más de las expresivas historias de la mitología griega.
Orestes había tomado la decisión más difícil de su vida y las Furias no dejaban de perseguirlo. Con sus cabezas de perro y cabellos de serpiente, llenaban de miedo, angustia y culpa a sus víctimas.
El día del Juicio, un jurado compuesto por 10 personas y la intervención de Atenea redime a Orestes. Pero la diosa, ante la sorpresa de muchos, ofrece un templo a las Furias y les promete el derecho a ser honradas por todas las familias en Grecia.
Cuando aprendemos a agradecer, amar y entregar el lugar que le corresponde a nuestros miedos, podemos -entonces- avanzar libremente (no sin miedo pero sí con coraje) hacia ese lugar en donde anhelamos estar.
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